Entre 1951 y 1953, el ayuntamiento de Pamplona y la Diputación Foral de Navarra culminan un periodo de tan sorprendente como innegable interés sobre la danza tradicional con la celebración del “espectáculo folclórico-teatral” Duguna, que, alternando “danzas populares”, “ballets” y “estampas” basadas en danza tradicional, llegó a representarse en veintiséis ocasiones a lo largo de todo el País Vasco. El espectáculo contó con el patrocinio del ayuntamiento de Pamplona -cuyos dantzaris constituyeron el cuerpo de baile del espectáculo- y el de la Diputación Foral de Navarra, y en él participaron las figuras más importantes de la cultura navarra del momento, incluyendo a compositores de la talla de Fernando Remacha o Jesús García Leoz, así como la Orquesta Santa Cecilia de Pamplona, dirigida por javier Bello Portu. Pese al innegable carácter navarro que se le quiso imprimir, el espectáculo seguía muy estrechamente tanto los planteamientos como los mismísimos números de otros anteriores a la guerra y más o menos relacionados con el nacionalismo vasco, como Saski-Naski, Oldargi o Eresoinka, y bendecidos por la figura intelectual más importante del llamado renacentista vaso, el padre Donostia. Más que de las transformaciones inevitables que sufrieron danzas y música para poder ser exhibidas en un escenario teatral, la comunicación busca adentrarse en los porqués de esta intervención de las instituciones navarras, que en este momento están controladas por el carlismo, en un momento especialmente duro y no demasiado conocido de defensa de la identidad navarra frente al centralismo que pretendían otros sectores franquistas como la Falange. Factores que buscan la explicación de este nunca visto -ni antes ni después- interés de las instituciones navarras en la cultura tradicional en un conflicto político y social quizá olvidado a día de hoy, pero que puede ser un buen testimonio que ejemplifica la cultura como escenario político y parte de la “microfísica del poder” (Foucault 1977).